miércoles, 22 de diciembre de 2010

La miro otra vez

La miro otra vez. Es la típica persona egoísta y pesada. Me ha asaltado ya en un par de ocasiones. Antes que a mí, ha asaltado también a compañeros de trabajo, para preguntarles por mí. Me cuenta algo acerca de su problemas personales. Disimulo mal mi poco interés en ellos. Quizás, en otro día, habría reaccionado de forma distinta, pero es que llevo un día horrible. Realmente, no es un día horrible, ni siquiera un mes horrible, es un año horrible. Y para colmo, aquella señora de voz desagradable me asalta con sus propios problemas. Quizás, en otro año... Me esfuerzo en que mis contestaciones sean lacónicas. Estoy enfadado y amargado, y además me duele la cabeza. Pero ella insiste, tanto que finalmente accedo a atenderla en primer lugar, aunque haya sido la última en llegar y ni siquiera esté en la lista. No es una rendición, sino el inicio de un contraataque. Estoy realmente enfadado. Le pregunto el nombre de su marido. Al oírlo recuerdo la imagen que he visto esta mañana en la pantalla del ordenador.
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La miro otra vez. Tiene un aspecto extraño, pero frágil. Su voz está contaminada, adivino, por psicofármacos (tranquilizantes, antidepresivos, o tal vez ambos). Recuerdo lo que me ha contado momentos antes sobre la trombosis cerebral que sufrió unos meses atrás. Sigo enfadado y amargado, pero destierro la idea de reprocharle airadamente sus modales. Busco y rebusco en mi cabeza, aunque sé que va a ser imposible ahorrarle el golpe. No hay forma de decir tumor cerebral sin que parezca un ataque.